Elon Musk ha dejado de ser solo un magnate tecnológico para convertirse en un protagonista clave de la política internacional.
Controla empresas que no solo moldean sectores enteros, sino que impactan en conflictos bélicos y decisiones de gobiernos de todo el mundo.
Su influencia trasciende fronteras, y nadie, ni estados ni organizaciones internacionales, parece saber cómo responder. El caso de Brasil es el último ejemplo de esta nueva realidad.
«Musk, el disruptor»: Más allá de un magnate
Por: Gabriel E. Levy B.
La figura de Elon Musk no puede ser explicada bajo los términos tradicionales de un multimillonario con intereses políticos.
A lo largo de la historia reciente, hemos visto cómo magnates del petróleo, medios de comunicación y finanzas han influido en la política, pero lo que Musk ha logrado va más allá de esa influencia.
Su control sobre empresas como SpaceX, Tesla, Neuralink, y especialmente Starlink, lo coloca en un espacio único: un agente geopolítico con el poder de intervenir directamente en conflictos internacionales y en la arquitectura digital del mundo.
La guerra en Ucrania fue uno de los primeros escenarios donde esta dinámica se hizo evidente. Cuando Rusia invadió el país en 2022, Starlink se convirtió en una herramienta crucial para mantener las comunicaciones en pie dentro de las fronteras ucranianas, una función que habitualmente sería responsabilidad de organismos internacionales o potencias aliadas.
Sin embargo, con Musk al mando, el servicio no fue simplemente una concesión, sino una herramienta de poder.
En un momento clave, Musk restringió el acceso a Starlink para evitar que Ucrania utilizara su red en un ataque contra la base rusa en Crimea. Esto, lejos de ser un acto altruista o basado en principios humanitarios, fue una decisión unilateral de un individuo que ostenta un control desmedido sobre infraestructuras críticas en zonas de conflicto.
Este poder asimétrico, donde un empresario individual toma decisiones que afectan la dinámica de guerras, rivalidades tecnológicas y conflictos de gobernanza digital, lo distingue. Según el historiador Niall Ferguson, Musk representa el surgimiento de una nueva clase de “oligarcas tecnológicos”, cuyas decisiones ya no son meramente financieras, sino también profundamente políticas.
Sin embargo, lo que distingue a Musk de otros magnates es su capacidad de intervención directa y su desprecio por los controles democráticos tradicionales.
«Dependencia China»: Un juego geopolítico arriesgado
Mientras que la influencia de Elon Musk en el conflicto ucraniano ha sido ampliamente discutida, hay otro frente geopolítico donde su presencia también está causando estragos: la relación entre Estados Unidos y China.
La fábrica de Tesla en Shanghái ha sido un éxito monumental, no solo en términos de producción, sino como símbolo de la expansión tecnológica entre potencias rivales. Para Estados Unidos, este éxito no está exento de preocupaciones.
Tesla depende significativamente del acceso al mercado chino, lo que coloca a Musk en una posición vulnerable ante las políticas de Pekín.
En contraste con su actitud desafiante hacia otros gobiernos, Musk muestra una deferencia notable hacia China. Mientras que elude a la justicia brasileña y toma decisiones que afectan directamente a la soberanía de Ucrania, en China realiza visitas relámpago a Pekín para asegurar sus relaciones con los líderes políticos. El riesgo aquí, como ha señalado el politólogo Ian Bremmer, es la transferencia de tecnología.
La dependencia de Tesla de la producción y ventas en China genera preocupación en Washington, que ve en Musk a un empresario que no tiene problemas en inclinarse ante un rival geopolítico, pero que al mismo tiempo puede desestabilizar alianzas clave.
China, por su parte, ha sido muy astuta en manejar esta relación. Pekín entiende el valor de tener a alguien como Musk alineado con sus intereses, y ha hecho lo posible por facilitarle el camino, algo que contrasta con la estrategia más cautelosa y reguladora de la Unión Europea y Estados Unidos. En resumen, la presencia de Musk en China se ha convertido en una pieza del tablero geopolítico que aumenta la complejidad de las relaciones bilaterales entre las dos potencias.
«El enigma de la libertad de expresión»: Un conflicto global
La adquisición de Twitter (ahora conocida como X) por parte de Elon Musk marcó el inicio de una nueva etapa en su control de infraestructuras clave, en este caso, el discurso digital global.
Musk, quien se autoproclama como un defensor de la libertad de expresión, ha utilizado la plataforma para difundir sus opiniones, desafiar gobiernos y, a veces, esquivar la ley. Su enfrentamiento más reciente con el gobierno de Brasil es un ejemplo perfecto de cómo su visión de la libertad choca con las autoridades estatales.
En 2023, el gobierno brasileño impuso restricciones a la difusión de noticias falsas en las redes sociales, algo que X evitó mediante una actualización de software que modificó su estructura de red. La maniobra impidió al gobierno brasileño bloquear la plataforma, una acción que Musk justificó como una defensa de la libertad de expresión. Sin embargo, como han señalado críticos como el jurista Lawrence Lessig, esta versión de «libertad» que defiende Musk es profundamente problemática. Mientras que en Brasil Musk esquivó la ley, su respeto por las normas varía según el país.
Su postura flexible en China muestra que sus principios son negociables cuando están en juego intereses comerciales o personales.
Este conflicto ha puesto en evidencia la creciente dificultad de los estados nacionales para regular plataformas digitales que tienen un impacto masivo sobre la opinión pública, pero que están en manos privadas.
Al controlar plataformas como X, Musk tiene el poder de intervenir en debates clave sobre la libertad de expresión y los derechos digitales, un terreno que usualmente pertenece a gobiernos y organismos internacionales.
«El dilema Starlink»: Innovación con consecuencias
El uso de Starlink en zonas de conflicto plantea un dilema que pocos habrían previsto. En Ucrania, por ejemplo, la red de satélites ha sido tanto una herramienta de salvación como un punto de controversia. Tras su intervención en el ataque a Crimea, quedó claro que Musk controla no solo las comunicaciones de un país en guerra, sino también el destino de sus ofensivas militares.
Un caso similar ha ocurrido en Brasil, donde la red de Starlink ha sido utilizada para eludir las sanciones judiciales y regulatorias. Musk, bajo el escudo de la libertad de expresión, se ha opuesto a las restricciones impuestas por el gobierno brasileño, demostrando que su poder no está limitado a zonas de guerra.
En conclusión, la figura de Elon Musk ha superado la de un simple magnate tecnológico para convertirse en un actor geopolítico con el poder de alterar el equilibrio internacional. Desde su influencia en Ucrania hasta su relación con China y su enfrentamiento con Brasil, Musk ha demostrado ser una figura impredecible que desafía las normas establecidas. Sin embargo, la cuestión más preocupante es que nadie parece saber cómo controlar esta influencia.